Subí al 195, en la parada del cerro,

el viento soplaba suave, perfumando el recuerdo.

Rodando entre las calles, la ciudad brillaba,

pero todo cambió cuando ella subió la mirada.

Una morocha divina, de Peñarol se montó,

su sonrisa tan sincera, mi mundo deslumbró.

Era hermosa de pies a cabeza,

un destello de belleza, qué sorpresa.

El bus seguía su camino, pero yo me perdí,

en sus ojos me enredé y ya no supe de mí.

La morocha del 195,

robó mi atención y me dejó sin aire,

pasó por mi vida en un segundo fugaz,

y en Maroñas la vi marchar.

La morocha del 195,

se quedó grabada en mi corazón,

como un sueño que no se repite,

como una historia sin conclusión.

Cada esquina del recorrido guardaba su reflejo,

y aunque el viaje siguió, yo me quedé tan lejos.

Maroñas me recibió, el destino llegó,

pero ella desapareció.

Quizás vuelva a subir a ese mismo bus,

quizás el destino nos dé otra cruz.

Peñarol guardará su luz,

y yo seguiré buscando su rastro en el azul.

La morocha del 195,

robó mi atención y me dejó sin aire,

pasó por mi vida en un segundo fugaz,

y en Maroñas la vi marchar.

El cerro espera, el bus volverá,

y tal vez un día, la vuelva a encontrar.

La morocha que mi alma tocó,

en Peñarol subió y luego se esfumó.