En la tierra donde el sol se oculta, nació una princesa, su belleza era de luna, Iztaccíhuatl, su nombre resonaba, como un eco en los campos, donde el viento cantaba. Su mirada, un reflejo del cielo, sus sueños, flotaban como nubes al viento, y Popocatépetl, guerrero de noble alma, juró volver, con victoria en su palma. Canta el viento, Iztaccíhuatl, en la montaña, el amor que nunca muere, que nunca engaña, bajo el manto estelar, tú duermes en calma, y en el fuego del guerrero, vive tu alma. La guerra le llevó a Popocatépetl, la batalla ardía, como el fuego en el metal, y un traidor, como sombra traicionera, dijo a la princesa que su amor ya no volvía. El corazón de Iztaccíhuatl, herido en sombras, se quebró como un jaguar en la selva, y la tierra la abrazó, mientras las estrellas lloraban, y la luna llena su tristeza cantaba. Canta el viento, Iztaccíhuatl, en la montaña, el amor que nunca muere, que nunca engaña, bajo el manto estelar, tú duermes en calma, y en el fuego del guerrero, vive tu alma. Los dioses, con sus manos de fuego y lluvia, vieron el dolor de un amor que se extinguía, y en un suspiro, crearon dos volcanes, donde el amor eterno jamás se apaga. Popocatépetl regresó, su alma vacía, pero vio en la cumbre, la señal de su amada, su cuerpo dormido, entre la niebla y el sol, y en su llanto, el corazón del cielo se rompió. Con su fuego, custodia el sueño eterno, y su alma, como ceniza, se alza al invierno, e Iztaccíhuatl, con su quietud tan silenciosa, canta en la montaña, en su corona hermosa.